Vuestra dulzura os sale por los poros
Nivel Bajo
Autoría: Lady Lye
Kai odiaba que su diabetes hiciera ruidos.
El bip bip de su sensor era peor que un spoiler: siempre aparecía en el peor momento.
Como aquel jueves, en mitad del recreo, cuando por fin estaba teniendo una conversación decente con Dani.
Dani, con su pelo rizado, sus pintauñas negros y esa forma de reírse que hacía que a Kai se le desordenara el pecho.
El sensor pitó.
Kai bufó, miró el móvil: 65 mg/dL.
Genial. Nivel bajo. Como su paciencia.
—¿Todo bien? —preguntó Dani, apoyándose en la barandilla.
—Sí, sí… —mintió Kai mientras rebuscaba una gominola en su bolsillo—. Solo… cosas de mi páncreas en huelga.
Dani se rió.
—Mi cerebro está en huelga desde primero de la ESO, así que te entiendo.
Kai casi se atraganta con la gominola.
A veces se preguntaban si Dani decía esas cosas para hacerle reír o si simplemente pensaba en voz alta.
—¿Eso es un sensor? —preguntó Dani, señalando el brazo de Kai.
—Sí. Me mide la glucosa. Cuando baja, suena. Como ahora.
—¿Y no te da cosa que la gente lo vea?
Kai se encogió de hombros.
—A veces. Algunos miran raro. Otros preguntan. Y luego están los que creen que es un chip alienígena.
—Oye, estaría guapísimo que lo fuera —respondió Dani—. En plan: “No soy de aquí, por eso soy tan increíble”.
Kai sonrió sin querer.
Eso pasaba siempre con Dani: todo lo convertía en algo menos dramático.
—¿Y tú? —preguntó Kai, de repente valiente—. ¿No te molesta que la gente te mire por… ya sabes?
Dani se levantó una ceja.
—¿Por ser yo?
Kai asintió, un poco torpe.
—Nah —respondió Dani—. Si me miran es porque brillo. A veces demasiado. Y otras, porque no saben dónde ponerme. Ni chico ni chica. Eso les rompe la cabeza. Pero a mí me hace gracia.
Kai se quedó mirando fijamente.
Brillar. Qué palabra más grande.
Él nunca había sentido que brillaba.
—Me gusta cómo eres —dijo Kai sin pensar demasiado—. Y no me refiero solo a… lo evidente.
Dani sonrió, de esa forma que a Kai le daba la sensación de que el recreo, las clases, el tiempo corría más lento.
—Pues a mí me gusta cómo te ríes cuando crees que nadie te escucha —dijo Dani—. Y también te queda bien el sensor. Como si fueras un cyborg adorable.
Kai se puso rojo, el sensor volvió a pitar.
—Tío, otra vez… —murmuró Kai.
—Bah —respondió Dani, dándole un empujoncito amistoso—. Si vuelve a sonar, fingimos que es tu alarma interna cada vez que alguien guapo se te acerca.
Kai se tapó la cara con las manos.
—Por favor…
—Es broma —dijo Dani, aunque no lo parecía tanto—. Pero oye, si algún día necesitas azúcar extra, te comparto mis galletas. De las buenas eh.
Kai se rió otra vez.
Y pensó que, por primera vez desde que convive con la diabetes, quizá no todo tenía que ser tan complicado.
Quizá algunas personas —y sus galletas— hacían que los días bajos fueran un poco más altos.